lunes, 26 de octubre de 2015

Teodoro y Justiniano

Estos esbozos sobre el diario de cualquier bizantino son benévolos, porque la realidad era bastante mas cruda de la que  aquí podamos pintar. En el caso de Teodora lo es doblemente, su madre era una ramera, con tres hijas de distintos padres. Su madre había encontrado la protección en el lecho de un domador de osos que pronto la dejo viuda.
      El desamparo, la incapacidad para mantener a sus hijas la hizo seguramente retornar a su antigua profesión. Ni siquiera se entiende muy bien como  mantiene a sus hijas a su lado, con lo fácil que es deshacerse en este tiempo de un crío ; vendiéndole para Dios sabe qué, abandonándolo, ahogándolo incluso en el Bósforo. Una mujer como ella no ignora esos pequeños huertos de huesecillos cerca de los lupanares, restos de los hijos no deseados de las meretrices.
     Frecuenta los peores prostíbulos, allá donde dan refugio a las mujeres que han pasado por varios partos y que están por encima de los 25 años, muy trabajadas ya por el lecho y por la vida. Y cuando no encuentra techo donde yacer, las arcadas de los acueductos que llevan el agua a Constantinopla son el refugio para esos encuentros. Se acuerda de la ciudad de Jerusalén donde seguramente ejerciera años atrás, y en el que la calle o las plazas eran siempre un buen lugar.
     No se sabe cuando pero ese mundo patibulario de tabernas, teatros procaces y burdeles acogió a sus hijas, esos fondos de saco de los que hablaba Horacio, en los que grupos de niños precoces aprendían jugando a satisfacer las repugnantes desviaciones de los adultos, cantando, bailando, versificando (en efecto, la prostitución infantil es una lacra bastante antigua). Teodora y su hermana aparecen en espectáculos procaces, tienen muy claro que a diferencia de su madre, que ha sido una vulgar pornai (prostituta pobre), ellas aspiran al grado de actrices o cortesanas.

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